Cajas de Recuerdos
Ese día había recibido muchísimos correos electrónicos en mi cuenta personal, así que fui descartando los más irrelevantes. Envié a la papelera virtual de mi casilla varias promociones de descuentos y concursos y algunos correos de remitentes desconocidos.
Un correo llamó mi atención, así que lo abrí inmediatamente. Era del instituto donde cursé secundaria; invitaban a los ex alumnos a un reencuentro muy sencillo en un antiguo salón donde tuvimos clase 18 años atrás. El “festejo” consistía en ir por la tarde a nuestras antiguas aulas, ver a nuestros antiguos compañeros y por la noche habría una reunión en un salón más grande e invitaban a la familia.
El evento estaba planeado para 35 días después del día en que recibí el correo.
Fui a trabajar pensando si debía decirle a mi marido para ir o no… Decidí comentarle la invitación y decidir junto a él si podíamos ir o no.
Esa noche, cuando las niñas ya estaban acostadas, abrí una botella de vino añeja y serví dos copas. Fui hasta el sillón donde mi esposo leía el periódico y apoyé su copa en la mesa. Lo miré y le sonreí. Él dejó el diario sobre la mesa y me dijo, con la misma confianza que siempre tenía “dis-moi, qu’y a t’il?” (Dime, ¿qué hay?).
Vivíamos en Francia desde un año después de nuestro matrimonio y hablábamos un perfecto francés y les habíamos enseñado a nuestras hijas el español como segunda lengua materna.
Le comenté el correo del instituto, le conté que había visto la confirmación de muchos antiguos amigos que quería ver, le dije que era una excelente oportunidad para que las niñas conocieran el país donde me crié, etc. Finalmente decidimos que era una gran oportunidad y que asistiríamos.
En el correr de la semana siguiente a esa, fuimos a comprar los boletos de avión, las maletas y regalos para llevarles a mis padres.
La segunda semana llamé a mis padres para contarles y se alegraron muchísimo de nuestra visita. Envié la confirmación de mi familia y busqué mapas con lugares interesantes para que las niñas conocieran. Fui a hablar con la directora del colegio de las chicas para pedirle el trabajo que las niñas no harían durante la semana que estaríamos fuera del país, etc.
Cada día estaba más ansiosa por que llegue la fecha, ¡¡no podía esperar más!!
Cuando finalmente llegó la fecha de partida, fuimos al aeropuerto, nos subimos al avión y esperamos entusiasmados que despegase. Mi marido se durmió antes de que el avión se separase del suelo, como solía hacerlo. Les expliqué a mis hijas cómo era este reencuentro, dónde nos alojaríamos, cómo comportarse, qué cosas verían, etc. Para mi gran sorpresa, cuando les pregunté si tenían alguna pregunta, mi hija mayor me preguntó si había algún chico con el que yo había salido en aquella época y si lo veríamos en la fiesta.
- Bueno, no sé en realidad quiénes van, perdí mucho el contacto. – respondí con sinceridad.
- Pero tuviste un amorcito en secundaria, ¿no? – quiso saber la menor, Sophia.- Sí, claro – contesté -. Tuve varios. Había un chico en mi clase que era uno de los más feos, pero él estaba súper enamorado de mí. En la clase todos lo rechazaban y yo tampoco me llevaba bien con él. Un día, la profesora nos obligó a sentarnos juntos porque decía que yo hablaba mucho con mi compañera de banco. Ese día no nos hablamos aunque yo sentía que él me miraba y eso me incomodaba bastante. Al día siguiente fingí estar enferma para no tener que sentarme con él. Llegó el fin de semana y el lunes mi madre me obligó a ir a clases, aunque yo afirmaba estar con fiebre y dolor de cabeza. Llegué al salón sin ganas de verlo y supongo que la suerte estaba de mi lado, porque él no asistió a clase ese día. El martes se sentó a mi lado un chico totalmente distinto: supongo que había lavado su uniforme y se había cortado el cabello, ya no tenía tantos granos y olía rico. Parecía mayor. Ese día entendí todo lo que la profesora nos enseñó y me reí mucho con mi “nuevo” compañero de banco. Pero luego la maestra vio que nos distraíamos juntos así que me obligó a sentarme con otro chico y a él lo sentaron solo, en una mesa al frente de la clase. Mucho tiempo después, estábamos en clase de gimnasia y él se golpeó en el pie. Yo me ofrecí a acompañarlo a ver a la enfermera del instituto, y el profesor me agradeció. Puso su brazo en mi hombro y yo tomé su mano que estaba en mi cuello. Puse mi otro brazo alrededor de su cintura. Caminamos súper lento y en silencio. Yo buscaba algún tema del cual hablarle y recordé aquel día en que nos habíamos sentado juntos así que le comenté. Él dejó de caminar, así que miré su rostro y él dijo “Nunca voy a olvidarlo. Ese día me enamoré de ti. Creo que el destino nos quiere juntos”. Dicho esto no pude evitar besarlo. Tal era nuestra mala suerte, que el profesor nos vio y vino a regañarnos. El chico fue con el profe a ver a la enfermera y yo volví al vestuario a cambiarme. Al día siguiente le busqué antes de clase, pero él faltó. Le esperé durante toda una semana, pero no fue. Dejó de ir. No le volví a ver.
- Quizás esté en la fiesta hoy – dijo Sophia.
- Cuéntanos otro cuento, ma – pidió mi hija mayor, Kim.
- En el último año de primaria, me gustaba mucho un chico, pero él tenía novia y él nunca me hablaba. Pasé todo el año viéndole en secreto mientras él tomaba su merienda. El último día de clase fue muy triste para mí, porque había muchos amigos que partían lejos y no volverían para cursar secundaria, así que yo lloré todo el rato y cuando ya teníamos que marcharnos, todos nos despedimos de nuestros compañeros. Yo estaba buscando a una chica a la que quería desearle suerte para el año entrante porque iba a cambiar de instituto, pero de repente lo vi a él. Se me acercó y me abrazó. Me secó las lágrimas y besó mi mejilla. Lugo se fue.
- ¡¡Qué divino!! – dijo la mayor.
- Ha. Al año siguiente le busqué, creyendo que seguía siendo tan cariñoso como cuando me abrazó, pero le vi con los cabellos sucios, el uniforme desprolijo y con actitud muy arrogante. Ese año él tuvo otras novias a quienes siempre engañaba y yo le odié por cómo había cambiado. Unos años más tarde, él volvió a ser el chico que me había abrazado y volvió a mirarme con esos ojos llenos de ternura. Me miraba y se sonrojaba; mi amiga decía que yo le gustaba, así que le pregunté. Él me dijo que sí, que yo le parecía muy bonita y que quería que yo fuese su novia. Pero él no me gustaba mucho, y yo nunca le había perdonado por haber cambiado, así que le dije que me alegraba saber que él me quería así y que me sentía agradecida por sus palabras, pero que yo no le veía así. Él volvió a ser el niño tonto que me miraba con agresividad y se burlaba de mí. Volvió a vestirse con ropa desarreglada y andar despeinado. Pero yo continué a quererle, porque aunque él no me gustaba como pareja y él me trataba muy desagradable, yo sabía que él me había querido y que él me había visto como bonita. Yo continué a sonreírle aunque mis amigas decían que él no merecía mi respeto.
- Y no volvió a cambiar? – preguntó So, con ojos maravillados.
- Bueno, más o menos… En una fiesta de despedida del año, cuando ya éramos mucho más grandes, todos hablaban con sus amigos, excepto yo. Justo había sido una semana especial para mí y tenía mucho en lo qué pensar. Así que me senté en un rinconcito medio apartado de los demás. Este muchacho me miraba cada 5 minutos y con gestos me preguntaba si estaba todo bien – mis hijas, muy atentas, no osaban interrumpirme -. Una de esas veces, en vez de mentirle y decir que todo estaba bien, le puse cara de ‘más o menos’. El chico dejó a su grupo de amigos con la frase a medio decir y se acercó a mí. Traía dos vasos: uno para mí y otro para él. Se paró frente a mí y no dijo palabra. De pronto me olvidé de lo que había pasado esa semana y le sonreí. Entonces él volvió a mirarme tiernamente y me abrazó como lo había hecho muchos años antes. Supongo que notó que mi piel estaba súper fría, porque fue a buscar su abrigo y me lo dio. – no pude evitar dedicarle un minuto en silencio para recordar ese momento. Así que mis hijas se pusieron ansiosas.
- ¿Qué paso después? – preguntó la menor.
- Como en todas las fiestas, la gente se empezó a ir. El chico volvió donde sus amigos y yo vi cómo uno a uno se retiraron todos menos seis de mis compañeros y yo. Entonces, era tardísimo, y estábamos muy en confianza. Así que el chico vino directo a mí, sin que le importase nada y me dio un suuuuper beso.
- ¡Qué divino! – dijeron las dos.
- Sí, pero cuando yo me iba de la fiesta, él ni se movió para despedirse.
- ¡¡Eras tremenda, ma!! ¿Hubo más? – Dijo So.
- Claro, mi amor. No me gustaba mucho estudiar, así que tenía que encontrar la manera de pasarla bien - Las dos se echaron a reír a carcajadas -. Hubo un chico, uno muy especial. Me empezó a gustar una vez que lo vi en un pasillo. Dos años después nos pusieron en la misma clase. Nos hicimos muy amigos, pero no éramos más que eso: amigos. Un día, teníamos que hacer una especie de obra de teatro en otro colegio, así que algunos de nosotros teníamos que hacer cosas raras. A él no me acuerdo qué le tocaba hacer. A una amiga y a mí nos habían puesto a narrar un cuento de animales, así que para hacerlo más divertido nos habíamos maquillado. Ella era un león así que tenía la nariz pintada de marrón, unos bigotes pegados y el pelo todo despeinado. Yo era una cebra, así que tenía la cara pintada de blanco, los ojos rasgados negros, las cejas, algunas otras rayas negras y los labios pintados de negro. Cuando bajamos del coche que nos trasladaba de regreso a nuestro instituto, después de la actuación, él se bajó ¡¡con los labios pintados de negro!! Todos creyeron que era porque me había besado, pero era que me pidió el lápiz de labios negro ‘para hacerle una broma a sus amigos’, o eso me había dicho a mí. Todos le preguntaron si nos habíamos besado y él dijo “¡¡Ojalá!!”. Como era el día antes de las vacaciones, volví a verle un montón de semanas después y ¡¡tenía novia!! Nunca supe si dijo que ojalá me hubiera besado como diciendo que deseaba haberlo hecho…
- Puaa, ma. ¿Y papá sabe de todos tus “amorcitos”?
- Nunca se lo escondía. Él sabe que de joven fui muy salidora y enamoradiza, pero él prefiere no saber mucho del tema, porque le saltan los celos. – reímos.
El resto del vuelo fue más bien tranquilo. Dormimos mucho y leímos.
Cuando bajamos del avión, nos esperaban mis padres, súper emocionados de vernos. Fuimos a casa de mis padres y allí encontré, entre un montón de porquería, una caja repleta de recuerdos de cuando iba a secundaria: fotos, hojas de cuadernos que lucían como trabajos de clase pero en realidad eran conversaciones con mis compañeros de banco, dibujos, el lápiz labial negro, la blusa que vestí en la fiesta de despedida, una moneda que me había regalado el profe de matemáticas que me gustaba y diez mil cosas más. Entre las otras cajas estaba mi colección de revistas: ¡¡todo un tesoro del mundo de los recuerdos!! Mis hijas pudieron sentirse totalmente como en la época y entendieron cómo era todo.
Llegada la noche del evento me puse una camiseta, unos jeans y unas zapatillas que realmente vestía en la época en que cursé secundaria. El salón estaba igual que como lo recordaba, los mismos bancos, la misma pizarra.
Vestida tan ridícula, todos mis compañeros me reconocieron. ¡¡Pero ellos estaban tan cambiados!!
El que se había quebrado el pie era ahora un médico no muy bueno y lucía desastroso. Se había casado pero ahora era divorciado con un hijo de cuatro años.
El que me abrazó y después me besó en la fiesta, fue acompañado por su novia: una rubia espectacular. No tenía hijos, jugador de rugby retirado, ahora era médico de deportistas de muy buena fama.
El del labial negro estaba casado con la que fue su novia en secundaria, tenían tres hijos a los que les iba excelente en el colegio y él era ingeniero, ella química.
Todas mis amigas había logrado sus ‘sueños’, pero estaban complicadas en temas financieros.
Aquel profesor de matemáticas con el que tomaba café estaba muy arrugado, mucho más canoso, pero sus ojos seguían siendo de un azul impecable, y le hacen lucir como un adolescente.
Mis hijas enseguida adivinaron qué hombre había sido qué chico en las historias y todo el vuelo de vuelta a casa me hicieron diez mil preguntas para que les contara las historias con todos los otros que acudieron a la fiesta y que yo no había nombrado. Entre las cosas que nos llevamos a nuestra casa en Francia estaban, obviamente, las cajas con recuerdos y nuevos objetos como servilletas con las direcciones de correo electrónico de todos, fotos nuevas y otras cosas que a mis hijas les pareció adecuado guardar.
Pinky
Pinky